domingo, 11 de septiembre de 2016

CAPITULO 20: (SEXTA HISTORIA)




El helicóptero los dejó en la pista de aterrizaje de la casa de Hawk. Pau llevó sus cosas a la casa y esperó a que Pedro abriera la puerta con la llave que Hawk le había dejado. Hawk se había quedado en la ciudad, puesto que Boyo estaba ingresado en la clínica veterinaria.


Nada más entrar, dejó todo menos la mochila en el suelo y se dirigió al baño.


—¿Qué prisa tienes? —preguntó él—. ¿Quieres comer algo?


—No. Quiero meterme en una bañera de agua caliente durante horas. Después, querré comer algo.


Pedro se rio. Ella podía oírlo desde la habitación en la que había dormido unos días antes. Se quitó la ropa sucia, agarró un conjunto de ropa interior limpia y se metió en el baño.


Pau no se bañó durante horas. Solo permaneció en el agua hasta que se enfrió. Después, abrió la ducha y se aclaró antes de enjabonarse el cabello.


Sintiéndose mucho mejor, regresó a la habitación, se vistió y salió en busca de comida. Después de una buena comida, se metió en la cama. Empezaba a oscurecer cuando Pedro la despertó con un ligero golpecito en la puerta.


—¿Paula? He preparado algo de cena. ¿Tienes hambre?


—Estoy hambrienta —contestó ella. El ejercicio sexual y el desgaste emocional debían de haberle abierto el apetito—. Dame cinco minutos.


—Tómate diez —dijo él, en tono animado—. Te esperaré.


Nueve minutos más tarde, Pau entró en la cocina vestida con unos pantalones vaqueros y una camiseta.


—¿Qué es lo que huele a picante tan rico?


—Pasta con salsa marinara —sonrió Pedro—. Te he servido una copa de Chianti. Sírvete tú la pasta.


La comida estaba deliciosa, y el Chianti resultó ser el complemento perfecto para la pasta. El café de después, maravilloso, y la tarta de manzana que Pedro había encontrado en el congelador y había horneado, el postre perfecto.


—Nos iremos a primera hora de la mañana —dijo Pedro, cuando terminaron de cenar.


Pau se alegró de que no hubiera sugerido marcharse esa misma noche, seguía muy cansada y necesitaba dormir.


Juntos, recogieron la cocina y la dejaron impoluta, como a Hawk le gustaba tenerla. Después, se tomaron la última copa de vino hablando de cosas mundanas, hasta que Pedro se puso en pie y se desperezó diciendo que estaba listo para acostarse. Puesto que Pau también estaba preparada, ella fregó las copas y él las secó.


Estaban tan cansados que esa noche durmieron en camas separadas.


A la mañana siguiente, Pedro la despertó temprano. Paula había dormido bien y notaba que ya no le dolía el cuerpo. En menos de una hora, estaban en la carretera.


Pau se alegraba de regresar. Al menos eso era lo que se repetía a sí misma. En realidad, a medida que se alejaban, se sentía cada vez más deprimida. Trató de convencerse de que era debido a la tensión que había acumulado durante la cacería, y que no tenía nada que ver con la idea de dejar a Pedro y la posibilidad de no volverlo a ver.


—Has estado muy callada —dijo él, cuando pararon a un lado de la carretera para comer y descansar un poco—. ¿Te pasa algo?


—No —Pau negó con la cabeza—. Estaba pensando en el regreso a casa.


—Oh —permaneció en silencio durante un momento—. Supongo que estás deseando ver a tu hermana y a tus padres.


—Sí, por supuesto, aunque a estas alturas ya se habrán enterado de la captura, supongo.


—Sí.


La conversación no era nada emocionante, sino más bien apagada. Pau sentía muchas ganas de llorar, algo que no tenía mucho sentido. Por fin regresaba a casa. Debería sentirse eufórica y no tan alicaída, ¿no?


Cuando terminaron de comer, Pedro no arrancó el coche, sino que permaneció quieto, agarrado al volante.


—Te quiero, ¿sabes? —el tono de su voz era frío, teñido con cierto toque de dolor.


Pau dejó de respirar un instante. Cuando por fin pudo tomar aire otra vez, lo miró con asombro. Era tan atractivo que hacía que le doliera el corazón.


—Yo también te quiero, Pedro.


—No puede funcionar —dijo él con expresión de tristeza.


Paula notó que se le llenaban los ojos de lágrimas y tuvo que tragar saliva antes de hablar.


Pedro, ¿no podríamos encontrar…?


Él la hizo callar haciendo un gesto negativo con la cabeza.


—No, Paula dedicas a investigar en la biblioteca. Yo pertenezco a otro sitio, a algún sitio, a cualquier sitio. No voy a cambiar. Soy lo que hago.


—¿No podríamos trabajar juntos? —preguntó ella en tono de súplica—. ¿He sido tanta carga para ti?


Él le dedicó una de sus mejores sonrisas.


—No, mi amor. He disfrutado mucho teniéndote a mi lado. Pero ésta ha sido una cacería corta y bastante fácil. La mayoría no son así. Y ya te dolía todo cuando por fin lo atrapamos. A veces, me voy durante semanas enteras. Simplemente, nuestra relación no podría funcionar.


Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.


Pedro


—Paula, no. Me estás destrozando —la abrazó, y cerró los ojos para no ver el dolor—. Ojalá todo pudiera ser diferente, pero desear algo no cambia las cosas. El tiempo que he pasado contigo ha sido maravilloso. Probablemente, más de lo que merezco. Pero ha terminado. Vivimos en dos mundos diferentes, y el mío es demasiado peligroso para arriesgarme a que la mujer a la que quiero resulte herida.


Aceptando sus palabras como algo definitivo, Pau permaneció en silencio y, sintiéndose muy desdichada, durante casi todo el trayecto hasta Durango. ¿Qué más podían decir? Era muy tarde cuando Pedro detuvo el coche frente al Strater Hotel, donde Pau había mantenido la reserva de su habitación.


Pau agarró la manija de la puerta del coche y dijo:
—Adiós, Pedro. Mañana te enviaré un cheque por un millón de dólares.


—No lo quiero, Paula. Esta vez corre de mi cuenta.


Ella negó con la cabeza.


—No. La recompensa es tuya. Te la has ganado. No te molestes en devolverlo. Recuerda, mi padre es banquero. Le resultará muy fácil depositarlo en tu cuenta.


—De acuerdo, tú ganas.


Pau sentía ganas de llorar, pero se contuvo. Se volvió hacia la puerta y él la detuvo sujetándola por la nuca, volviéndole la cabeza y besándola con pasión. Cuando la soltó, se colocó de nuevo al volante y dijo con expresión pétrea:
—Adiós, Paula.


Paula estuvo a punto de cerrar dando un portazo. La voz de Pedro la detuvo nada más pisar el asfalto.


—Cuídate.


—Tú también —dijo ella, sintiéndose incapaz de mirarlo. Una vez dentro del hotel, oyó alejarse al coche y continuó caminando sin mirar atrás, consciente de que él se había llevado su corazón.





1 comentario:

  1. Qué historia más intrigante, ahora sí me puse al dúa con esta historia jajaja. Está buenísima!!!

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