domingo, 11 de septiembre de 2016

CAPITULO 18: (SEXTA HISTORIA)





La primera luz del alba teñía el horizonte cuando Pedro la despertó.


—Paula —dijo él—. Es hora de levantarse. Tienes tiempo para vestirte y asearte antes de que termine de preparar el café.


—Mmm —contestó ella.


Pedro se rio.


—¿Eso es un «de acuerdo» o un «piérdete»?


El sonido de su risa hizo que Pau se despertara del todo. 


Bostezó y dijo:
—De acuerdo, saldré en unos minutos.


Tras remolonear un poco, Pau salió del saco y se puso los vaqueros y la blusa sobre la ropa interior larga. Se cambió de calcetines y se puso las botas. Cuando terminó, notó su cuerpo dolorido tras haber hecho el amor después de mucho tiempo.


Se recogió el cabello en una coleta, guardó sus cosas y sacó la mochila de la tienda. La dejó junto a Pedro y se dirigió a los arbustos.


Oyó que él se reía y trató de ignorar cómo reaccionaba su cuerpo a la vez que se concentraba en el asunto que tenía entre manos.


Cuando terminó, se limpió las manos con una toallita desechable y regresó al campamento.


Pedro estaba en cuclillas junto al fuego, preparando dos tazas de café instantáneo. Le ofreció una y ella la aceptó.


Mientras trataba de apagar el fuego, Pau se fijó en la musculatura de sus piernas y recordó la impresionante sensación que había experimentado al tenerlas junto a su cuerpo la noche anterior. Cuando él levantó la vista recordó cómo la había mirado con pasión.


De pronto, se le cayó la taza.


Boyo se sobresaltó y empezó a ladrar al oír que el aluminio chocaba contra una roca. Los caballos relincharon y se pusieron inquietos.


—Mira lo que has hecho —dijo Pedro, y se puso en pie—. Has asustado a los animales.


—Lo siento. No sé qué me ha pasado. No suelo ser tan torpe —y tampoco los hombres solían afectarla así.


Pedro le dio su taza de café y, tras calmar a Boyo, fue a tranquilizar a los caballos.


Pau se fijó en su firme trasero y, una vez más, se sintió intranquila. Tenía que dejar de mirarlo y centrarse en los caballos. Pedro les echó un poco de comida en el suelo y los caballos se acercaron a por ella.


—Tenemos que desayunar y ponernos en marcha —dijo Pedro, cuando regresó junto al fuego—. Estoy seguro de que Minnich no está recreándose con el desayuno —le entregó a Paula una barrita de cereales.


Estaba tan hambrienta que se la comió antes de que Pedro terminara de apagar el fuego.


Cuando él se levantó y vio el envoltorio, le preguntó:
—¿Quieres otra?


Avergonzada, lo miró y contestó:
—Si hay bastantes…


Pedro mordió la suya y sacó otra de la caja.


—Tenemos que recoger todo.


Ella obedeció, recogió la taza y se dispuso para cargar sus alforjas en la grupa de Chocolate.


—Espera, ya lo hago yo —Pedro se acercó para recoger la otra alforja—. Pesa mucho.


—Puedo hacerlo —dijo ella, pero se calló cuando se percató de que sus rostros estaban muy cerca. Lo miró, respiró hondo e inhaló su aroma. A la luz del día, tenía incluso mejor aspecto que durante la noche. Cuando recuperó la voz, le preguntó—: ¿Qué haces?


—¿Yo? —contestó Pedro—. Eres tú la que está batiendo esas pestañas tan largas. ¿Son falsas?


—¿Falsas? —Pau se contuvo para no gritar y no asustar a los animales—. Te diré, Pedro Alfonso, que en mi vida he llevado pestañas falsas… Ni ninguna otra cosa.


Pedro sonrió.


—Lo sé. Eres de verdad —la miró de arriba abajo de forma acalorada.


Pau sintió que se le aceleraba el corazón.


—¿Hay agua?


Sin alejarse de ella, él sacó una botella de su alforja. Ella bebió un trago, pero el agua fría no le sirvió para calmar su ardiente pensamiento. La noche anterior había sido… 
Perfecta. Era como si se hubieran fusionado en un solo ser, un cuerpo, un alma. Hacer el amor con Pedro había sido la mejor experiencia de su vida, y no podía esperar para hacerlo otra vez…


Pau no fue capaz de contener el grito ahogado que apremiaba por salir de su garganta.


—¿Estás bien? —preguntó él.


—Sí… Lo siento —consiguió decir—. Se me ha debido de atascar la barrita de cereales en la garganta —se volvió para recoger otra alforja al ver que él la miraba con escepticismo.


Veinte minutos más tarde, estaban en camino.


Avanzaron en fila por el estrecho camino, y cuando ensanchó lo bastante, Pau se colocó junto a Pedro.


—¿Y si Minnich no ha seguido el curso del río y se ha dirigido hacia las montañas? —preguntó ella.


—A menos que sepa dónde encontrar más agua, no puede permitírselo. Tiene comida pero, tarde o temprano, se quedará sin ella. Sin comida puede aguantar un tiempo, alimentándose de brotes y bayas. Pero ¿sin agua? —negó con la cabeza—. A mi juicio, se quedará junto al río —la miró de reojo—. Por supuesto, podría estar equivocado. El agua del deshielo forma muchos arroyos. Si conoce estas montañas, se adentrará en ellas. Pero yo cuento con que no las conoce tan bien.


Pau asintió y comentó:
—A estas alturas te conozco lo suficiente como para estar segura de que crees que él ha seguido este rumbo. No has dudado ni un instante, ¿por qué?


—Porque este camino lleva a la zona más espesa del bosque, la menos transitada por los turistas y los caminantes. Y porque este arroyo está bien señalizado en los mapas.


—Tiene sentido. Debería haberlo pensado antes de haberte hecho esa estúpida pregunta.


—No —Pedro negó con la cabeza—. Puedes preguntarme lo que quieras, Paula. No hay preguntas estúpidas, a veces solo hay respuestas estúpidas.


—Por algún motivo, creo que tú no das muchas de ésas.


Él sonrió al escuchar su cumplido. Pau agarró las riendas con fuerza para no derretirse y él le cubrió una de las manos con la suya.


—Quédate aquí y monta conmigo, Paula —dijo él—. Pronto pararemos a descansar un poco y a comer algo.


Aunque pareciera ridículo, Pau se percató de que nunca había disfrutado tanto de montar a caballo.


Boyo iba delante de ellos, olisqueando el suelo.


—Boyo es un gran trabajador, ¿verdad?


—Boyo proviene de una familia de perros lobos ganadora de muchos concursos —sonrió—. Y le encanta cazar.


—¿Y Hawk no lo lleva a concursos? —preguntó, tratando de ignorar los efectos de su sonrisa.


—No —se rio Pedro—. ¿Te imaginas a Hawk paseando con Boyo sobre un escenario?


—No hay nada malo en los concursos de perros. Son preciosos.


—Lo sé. Yo veo los concursos de Animal Planet. Pero, en serio, Paula, ¿de veras te imaginas a Hawk en uno de ellos?


—En realidad, no —sonrió ella.


—Lo imaginaba.


—¿De dónde sacó Hawk a Boyo?


—Se lo regaló su padre.


—¿Su padre todavía vive?


—Sí, y se dedica a criar a los mejores perros lobos de Escocia, donde vive —se rio—. Permitió que Hawk eligiera a un cachorro y él eligió a Boyo. Su padre quedó encantado porque Boyo era el más pequeño de la camada y creía que no serviría para concursar. Resulta que Boyo, aunque era el más pequeño, se convirtió en un animal estupendo que habría sido un gran campeón.


—Bien hecho, Boyo —gritó Pau, y estiró el cuello para ver al animal. Al hacerlo, puso una mueca de dolor.


Como siempre, Pedro no se perdió ni un detalle.


—¿Necesitas un descanso? —le preguntó, y le masajeó el hombro derecho.


Pau suspiró y contestó:
—Sí —admitió—. Lo siento si te estoy retrasando.


Él la miró frunciendo el ceño.


—No me estás retrasando, Paula. A mí también me vendrá bien un descanso. Y tengo hambre. No hemos desayunado mucho —sonrió—. Y necesito una taza de café tanto como tú.


Ella se rio y notó que se le nublaba la vista. ¿Por qué se le habían llenado los ojos de lágrimas? Se burló de sí misma. 


No podía ser que le pasara eso solo porque él fuera tan atento con ella. Suspiró con fuerza.


¿Y se había preguntado si sería capaz de manejarlo? «Qué pregunta más absurda», se regañó. Pero claro, en aquel entonces no esperaba enamorarse de él.


«Estúpida», pensó, y detuvo a la yegua en el claro que él había elegido. Solo una tonta podía enamorarse de un inconformista.


Mientras Pedro desempaquetaba las cosas para la comida, Pau paseó de un lado a otro para estirar las piernas.


Después, se acercó al río a lavarse las manos y la cara.


De regreso al campamento, percibió el aroma a café caliente. ¿Pero cómo podía haberlo hecho si no había encendido un fuego? Nada más llegar, Pedro le tendió una taza humeante.


—¿Cómo lo has hecho? —preguntó ella, mirando a su alrededor.


—Esta mañana hice café de sobra y llené uno de los termos —dijo él, y bebió un trago de su taza.


—Debería haberlo pensado —dijo ella, y sopló un poco antes de beber—. ¿Qué hay de comer?


—Ven a verlo. Está preparado —la guio hasta donde había preparado unos sándwiches de mantequilla de cacahuete, manzanas y, por supuesto, chocolatinas.


En menos de una hora, estaban subidos a los caballos otra vez.


No llevaban mucho tiempo montando cuando Pau dijo de pronto:
—Lo siento.


Pedro volvió la cabeza y la miró asombrado.


—¿Por qué?


Ella se humedeció los labios y dijo:
—Ahora me doy cuenta de que no debería haberte obligado a que me trajeras contigo, ni haberte seguido cuando me dejaste en casa de Hawk. Te estoy retrasando, y lo sé.


—Paula… —comenzó a decir él.


Ella se apresuró a continuar.


—Hacía años que no hacía una cacería a caballo. Bueno, aparte de montar en la finca de mi padre, nunca había estado en un caballo tanto tiempo como para que me doliera todo —tomó aire y continuó—: Empieza a dolerme el cuerpo entero y…


—Y, como te dije —intervino él—, estás loca —sonrió, provocando que a ella se le encogiera el corazón—. Primero, no me has obligado a nada. Confía en mí, bonita, no dejo que me fuercen fácilmente. Segundo, no podríamos ir mucho más deprisa sin agotar a los caballos, sobre todo al que lleva la carga. Y tercero, pero lo más importante, después de pensarlo un poco, supe que te quería a mi lado.


Durante un instante, Paula sintió que se le paralizaba el corazón.


—Pero dijiste…


Una vez más, Pedro la interrumpió


—Sé lo que dije. Cambié de opinión —arqueó una ceja—. ¿Creías que solo las mujeres podíais hacerlo?


—No, por supuesto que no, pero…


—Espera —Pedro detuvo al caballo y estiró el brazo para detener al de Pau—. Mira a Boyo.


Pau volvió la cabeza y se fijó en que el perro estaba completamente quieto entre la maleza. Incluso desde la distancia, podía ver que estaba temblando. Boyo había visto algo y estaba dispuesto a pasar a la acción.






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