martes, 2 de agosto de 2016

CAPITULO 4: (SEGUNDA HISTORIA)




Paula disfrutó tanto que cuando Alfonso la invitó a comer no pudo encontrar razón alguna para rechazar la invitación. Comieron en un restaurante en Lahaina famoso por sus alitas de pollo picantes.


El sitio estaba lleno de gente, pero Alfonso consiguió una mesa en una esquina del patio con vistas a la histórica ciudad llena de turistas.


Normalmente, Paula evitaba sitios llenos de gente, pero él le había prometido que no harían nada aburrido. Y nada aburrido era exactamente lo que le ofrecía.


Como aficionada a la fotografía, le encantaba mirar a la gente. Desde los doce años, cuando su padre le regaló su primera Canon, había estado haciendo fotografías. Esa era su pasión.


—Este sitio es estupendo.


—Me alegro de que te guste.


Paula quería pedir una sencilla ensalada de pollo, pero Alfonso la convenció para que probase algo más original, de modo que pidió kahuna, una hamburguesa con salsa teriyaki y piña asada.


—Después de las alitas de pollo picantes no me atrevo a mucho más —rió.


—Te va a gustar, ya lo verás.


Mientras comía su deliciosa hamburguesa, observaba a Alfonso atacando el cerdo kalúa, un sándwich de lomo de cerdo con coliflor y cebollas salteadas, otro de los platos típicos de la región.


Después, pasearon por la calle principal y hablaron de cosas poco importantes. Le gustaba no saber su apellido y que él no supiera el suyo y le gustaba no hablar de cosas personales.


Lo encontraba tan excitante, tan lleno de sorpresas. Cuando la llevó de vuelta al Wind Breeze, Alfonso se inclinó un poco para hablarle al oído:
—Me gustaría explorar ese comentario tuyo… lo de que no te atreves a nada más. ¿Por qué no cenamos juntos esta noche?


Ella no estaba allí para buscar aventuras. Había ido al hotel para alejarse de la gente, de la prensa y de los malos recuerdos. Normalmente, no era de las que permanecían sentadas, pero un corazón roto le robaba la alegría a cualquier cosa. Estaba allí para olvidar, se recordó a sí misma, pero le sentaría bien un poco de diversión.


Y Alfonso era una diversión muy atractiva.


—¿Y tendré que volver a comer alitas de pollo picantes? Porque aún me quema la boca.


—Prometo que no habrá más alitas, Paola —sonrió él—. Pero me temo que no puedo hacer promesas sobre tu boca.


Un calor que podría rivalizar con el de las alitas picantes la recorrió entonces y Paula decidió que Alfonso era bueno para su maltratado ego. ¿Por qué no iba a cenar con un hombre tan interesante? ¿Por qué no hacer algo más que cenar? Había respetado las reglas durante toda tu su vida y el resultado era un desastre.


Se había dejado persuadir por su padre para estudiar hostelería y dirección de empresas cuando lo único que deseaba era convertirse en fotógrafa profesional. Y cuando su padre le regaló unas vacaciones de tres meses para viajar por Europa con su cámara, esperando que se cansara de la idea, conoció a Jeremias Overton en un café parisino.


Jeremias era un hombre carismático y ella era tan ingenua… 


Supo luego que el encuentro no había sido fortuito, que Jeremias la había seguido desde Los Ángeles. 


Aparentemente, tenían tanto en común que pronto se creyó enamorada de él y enseguida se comprometieron.


Paula creía conocer bien a Jeremias hasta que su padre decidió investigarlo. Y justo antes de que intercambiasen los votos frente al altar, su novio había quedado expuesto como un estafador, interesado sólo en el dinero de su padre.


Jeremias la había engañado, le había roto el corazón y la había hecho quedar como una tonta. Eso no volvería a pasarle con un hombre y mucho menos con un atractivo extraño al que había conocido en la playa. Gracias a Jeremias, ahora no confiaba en nadie. Sí, guardaría bien su corazón.


De modo que, ¿por qué no pasarlo bien? Podría disfrutar con él del tiempo que le quedase en Maui, en lugar de intentar olvidar leyendo un best seller o fingir que lo pasaba bien en la playa cuando su desilusión le pesaba como una losa.


—Si estás casado o comprometido haré que te corten la cabeza —le dijo, sólo medio en broma.


—No, soy soltero. Eso te lo puedo jurar.


—Muy bien. Entonces, cenaré contigo.


Alfonso miró su reloj y luego levantó la cabeza, con una mirada llena de promesas.


—Vendré a buscarte a las ocho. Prepárate para pasarlo bien y… para soltarte el pelo.


La dejó allí, en el vestíbulo, sin tocarla siquiera. Pero, por la mirada hambrienta que había visto en sus ojos, Paula sabía que eso podía cambiar esa misma noche y se preguntó, sólo durante unos dos segundos, si sería sensato cenar con él.


No hay comentarios:

Publicar un comentario