miércoles, 31 de agosto de 2016

CAPITULO 14: (QUINTA HISTORIA)





—¿Me has traído aquí, me has convencido para que bajara del barco, y ya habías arreglado con Gilly que se marchara sin mí?


Pedro había sabido que se enfadaría. Estaba dispuesto a enfrentarse a su ira y contestar a sus acusaciones, pero la decepción que vio en sus ojos lo golpeó con fuerza.


—Eh —musitó—, tenía buenas razones.


Cediendo a la tentación de tocarla, tranquilizarla y abrazarla, dio un paso hacia ella, que retrocedió hasta el borde del agua, levantando las manos en un gesto de rechazo.


—Anoche pasé mucho tiempo preguntándome por qué habías accedido a marcharte sin discutir. No encajaba con un hombre que siempre va por lo que quiere. Ahora lo entiendo. Ya habías planeado esto. Bromeaste sobre ataduras, fuerza y secuestro…


—Espera un segundo —interrumpió él.


—Pero no te hizo falta recurrir a la fuerza, ¿verdad? —siguió ella—. Era mucho más fácil manipular mis emociones. 
Enviarme pastillas contra el mareo, ser atento en el barco y
culminar la escena con la historia de Mac. ¿Sabes qué? Habría preferido que me trajeras a la fuerza. Al menos eso habría sido honesto.


—¿Crees que te he mentido?


—Creo que me has manipulado.


Pedro estrechó los ojos ante esa acusación.


—Después de cómo manipulasteis tu madre y tú a Carlisle, yo me lo pensaría antes de lanzar piedras desde una casa de cristal, Paula.


Tras un momento de silencio, ella alzó la barbilla y él vio que la decepción de antes se había transformado en desdén.


—¿Cuánto tiempo vas a tenerme prisionera?


—El que haga falta.


—¿Para?


—Impedir que te cases con Alex Carlisle.


El equipaje de Pedro, la bolsa de Paula y provisiones para su estancia ya habían sido enviadas a la casa que había en el acantilado más alto de la isla. La casa de madera en la que Mac había pasado su infancia se había convertido en la residencia del encargado. Hacía unos años, el complejo vacacional había añadido la lujosa cabaña de madera a la isla privada; el último refugio de la civilización, sin teléfonos, televisión o conexión de Internet.


—¿Has estado aquí alguna vez? —preguntó Pedro, reuniéndose con Paula en el amplio porche. La vista panorámica del agua incrementaba la sensación de aislamiento mayestático, de estar en el centro del turbulento océano sur. Ella no contestó y él lo dejó pasar. Suponía que se le pasaría el enfado, antes o después—. Me gustaría pedirte un pequeño favor.


—¿Un favor? —sonó casi como un insulto.


—Voy a ir a hacer unas fotos.


—Diviértete.


—Quiero llevarle fotos a Mac.


—¿No se te ocurrió la otra vez ? —lo miró con incredulidad—. Trajiste la cámara cuando viniste.


—Sí, tenía una cámara. Tenía fotos. Pasado.


—¿Te quitaron la cámara? —preguntó ella, comprendiendo de repente. Él no contestó.


—¿Me ayudarás con las fotos?


—¿Para qué necesitas mi ayuda?


—Mac quiere ver fotos de mí aquí.


—Ayudaré. Pero que sepas que lo hago por Mac, no como favor para ti.




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