sábado, 30 de julio de 2016

CAPITULO 30 : (PRIMERA HISTORIA)




—Una presentación excelente —dijo Myrna cuando Pedro hubo terminado.


Pedro miró a Paula, que sonreía radiante. William Swinney y Miriam Jones, los otros dos miembros de la Sociedad Histórica que habían acudido a la presentación, parecían también muy satisfechos.


Myrna abrió una carpeta y sacó un contrato de varias páginas.


—El último voto lo tiene el consejo, que se reúne una vez al mes, pero me atrevo a vaticinar que será favorable —comentó entregándole el contrato a Pedro—. Por favor, firme las páginas seis y once.


Pedro hojeó el contrato preguntándose si tendría que entregárselo al departamento jurídico antes de firmarlo. De repente, la cláusula número siete le llamó poderosamente la atención.


No podía ser.


—¿Aquí pone que el consejo de la Sociedad Histórica puede vetar una venta futura?


—Entenderá usted que el consejo tiene que asegurarse de que los lugares declarados Patrimonio Histórico se conserven.


—No tenemos ninguna intención de vender el restaurante, se lo aseguro. Es parte del hotel. A lo mejor, podríamos alquilarlo, pero jamás lo venderíamos.


—Pero podrían ustedes querer vender el hotel —intervino William Swinney.


—¿Me están ustedes pidiendo que le dé a la Sociedad Histórica veto sobre la venta del hotel? Hemos pedido la declaración de Patrimonio Histórico para el restaurante, no para el edificio entero —le explicó Pedro.


¿Se habían vuelto locos? No podía consentir que nadie tuviera veto de venta sobre un bien inmueble de cien millones de dólares. Los accionistas se volverían locos.


—Es un contrato estándar —intervino Miriam.


—¿Estándar para quién? —se preguntó Pedro en voz alta.


—Para la Sociedad Histórica —contestó Myrna.


—No puedo firmar esto —dijo Pedro.


—Pero… —protestó Paula.


Pedro la miró y vio que estaba nerviosa. Sentía mucho que se llevara aquella decepción, pero aquello era ridículo.


—Sería una irresponsabilidad por mi parte firmar esto —le explicó—. El hotel perdería valor inmediatamente en el mercado inmobiliario y quedaríamos atados de pies y manos… Según este contrato, el hotel entero sería Patrimonio Histórico. ¿Te haces una idea de lo que eso significaría para mi empresa en términos de beneficios?


—Sí, creo que me hago una idea —contestó Paula enfadada.


—No puedo defraudar a los accionistas —insistió Pedro.


—Pero sí puedes defraudarme a mí, ¿verdad?


—No es lo mismo…


Paula se puso en pie.


—Tienes razón. No es lo mismo. Qué ingenua he sido —añadió yendo hacia la puerta.


Pedro maldijo en voz baja. Paula no entendía nada. Si el hotel fuera suyo y solamente suyo, se arriesgaría, pero él se debía a los accionistas.





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