viernes, 19 de agosto de 2016
CAPITULO 1: (CUARTA HISTORIA)
—Esto es algo que siempre me gusta ver: el jefe de obras vigilando a sus trabajadores.
—La jefa de obras —Paula Chaves contemplaba el trabajo de los hombres mientras procuraba no mirar al hombre de anchas espaldas que se le había acercado sigilosamente—. No es la primera vez que te equivocas. Cualquiera diría que lo haces a propósito.
—Es que lo hago a propósito.
Ana se arriesgó a mirarlo. Pedro Alfonso seguía siendo tan sexy como la última vez que lo había visto en la oficina de Victor Lawson, cerca de dos años atrás. Maldijo para sus adentros. ¿Por qué tenía que encontrarlo tan atractivo?
—Vayamos a tu oficina —le dijo él, mirándola por encima de sus gafas de sol—. Tenemos que hablar de algunas cosas.
Paula se abrazó a su tablilla sujetapapeles mientras se volvía del todo para mirarlo.
—¿No podemos hablar aquí?
No podía leer su expresión detrás de aquellas gafas de espejo que llevaba, pero casi se alegraba de no tener que mirarlo a los ojos. Aquellos ojos oscuros y enigmáticos podían dejar a una mujer literalmente sin habla. A cualquier otra mujer, que no a ella. Que Dios la ayudara. Porque en el Medio Oeste, de donde era originaria, no había hombres tan atractivos.
—No. Aquí hace demasiado calor —sonrió.
Y girando en redondo sobre sus botas de trabajo, se dirigió hacia el pequeño remolque de Paula como dando por supuesto que no podía hacer otra cosa que seguirlo. Era igual que su padre. Pero que lo reconociera como uno de los hombres más atractivos que había visto en su vida no significaba que tuviera que transigir con su arrogante actitud.
Nunca en toda su vida había tenido que lidiar con un arquitecto tan arrogante… ni tan guapo. Tuvo que borrar ese último pensamiento de su mente si no quería añadir más preocupaciones a su trabajo, aparte de la lluvia de Miami que se empecinaba en caer todos los días a primera hora de la tarde. Si Victor Lawson, el famoso multimillonario del negocio hotelero, no hubiera estado detrás del proyecto de construcción de aquel gran centro turístico, Paula habría declinado el ofrecimiento de Pedro Alfonso sin dudarlo. Tenía trabajo suficiente y no le faltaba el dinero, sobre todo teniendo en cuenta que no se lo gastaba en cosas frívolas.
Cada dólar que no servía para pagar facturas, entre las que se contaban por cierto las pérdidas de juego de su padre, se transformaba en ahorros, tanto para ella como para su madre, Lorena.
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