domingo, 7 de agosto de 2016
CAPITULO 22: (SEGUNDA HISTORIA)
Paula abrió los ojos y se encontró en una habitación que no conocía… la cama en la que estaba tumbada parecía tragársela entera. Nerviosa, apartó las sábanas… y entonces lo recordó todo.
Estaba en la cama de Pedro Alfonso, en el hotel Tempest.
Se había casado con él.
—¿Has dormido bien?
Paula volvió la cabeza y se encontró con Pedro… en calzoncillos. Acababa de ducharse y unas gotas de agua rodaban por sus hombros. Por un momento, se permitió a sí mismo recordar Maui. Pero no debía hacerlo…
—Sí, bueno, la verdad es que he dormido bien.
—He puesto la mesa en la terraza. ¿Te apetece desayunar?
Paula asintió, pasándose una mano por el pelo. Al hacerlo se percató de que llevaba un anillo en el dedo… el anillo de Pedro. Un hombre en el que no confiaba. Pero ahora tenían que fingir que todo era de lo más normal.
—Esto es un poco incómodo.
—Tampoco es exactamente una aventura de Disney para mí, cariño.
Paula saltó de la cama y se envolvió con la sábana.
—No ha sido idea mía. Yo tengo mi propia casa.
—Sigues sin entenderlo, Paula. Estás en tu casa.
—Esta no es mi casa. Nunca lo será para mí.
Pedro apartó la sabana con la que se había tapado, exponiéndola en cuerpo y alma.
—Ha sido una noche de bodas infernal.
Paula temblaba. Temía que el deseo del hombre encendiera el suyo.
—Así es como tendrá que ser a partir de ahora.
—No puedo aceptar eso.
—Tienes que hacerlo. Es por…
Pedro buscó sus labios apasionadamente y Paula le devolvió el beso seducida por su experta boca, por el calor de su cuerpo, por los recuerdos de Maui.
Su sentido común batallaba por recuperar el control. Puso las manos sobre su torso e intentó empujarlo, pero no era capaz. Le gustaba tanto su piel…
Sin poder evitarlo, se derritió entre sus brazos.
—Alfonso… —Paula se apartó, atónita.
¿Por qué lo había llamado así?
—Hubo algo entre nosotros en la isla —susurró él—. No lo he olvidado.
—Todo era mentira. Eres un mentiroso.
—Mentí, sí. Pero no lo lamento.
Pedro apartó las tiras del camisón y la prenda se deslizó por su cuerpo, pero quedó precariamente enganchada en sus pechos.
—Soy tu marido, cariño. Atrévete. Confía en mí.
Luego tiró del camisón hasta que Paula quedó expuesta ante sus ojos. Pero ella no pensaba mostrarse avergonzada.
—Me he casado contigo, pero nunca confiaré en ti.
Él la miró de arriba abajo, con los ojos oscurecidos de pasión.
—Hablaremos de eso más tarde.
Entonces volvió a besarla, con una urgencia y un ardor que Paula no podía rechazar. Cuando la tumbó sobre la cama, no protestó.
En ese momento, encontraba a su flamante marido fastidiosamente irresistible.
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