martes, 26 de julio de 2016

CAPITULO 16 : (PRIMERA HISTORIA)




Paula volvió a la mesa que compartía con Juliana.


—Me he atrevido —sonrió encantada.


—¡No me lo puedo creer! —se rió su amiga.


—¿Paula Chaves? —dijo una voz a sus espaldas.


Ambas se dieron la vuelta.


—Buenas noches, soy Myrna West, de la Sociedad Histórica de Seattle.


—Encantada de conocerla, por favor, siéntese —la invitó Paula.


—Gracias —contestó Myrna aceptando la silla que Paula le indicaba—. Voy a ir directamente al grano. Me he acercado para decirles que estamos gratamente sorprendidos de los resultados de su reforma. El Consejo Directivo me ha autorizado a comenzar los trámites para declarar Patrimonio Histórico este edificio.


Paula sintió que los ojos se le salían de las órbitas.


—Por la parte que nos toca, es todo un honor oír esto —contestó Juliana.


—Lo normal sería que habláramos con Pedro Alfonso porque él es el representante de los propietarios del inmueble, pero… bueno, es obvio que sus objetivos no están siempre en sincronía con los objetivos de la sociedad.


Paula asintió. Bonita y educada manera de decir que el altruismo no formaba parte de la vida de Pedro.


—Quería pedirles que hablaran ustedes con él para ver si puede allanar un poco el camino. A ver si Pedro accede a acometer ciertos cambios en el restaurante para pedir formalmente el estatus de Patrimonio Histórico. Yo, por mi parte, me comprometo a que el Consejo Directivo tenga en cuenta la solicitud.


Paula no sabía qué decir. La reforma de aquel lugar había sido su primer contrato importante. Si declaraban el edificio Patrimonio Histórico, su reputación subiría como la espuma y se les abrirían muchas puertas. Era un sueño hecho realidad.


—Haremos todo lo que podamos —le aseguró a Myrna.


—Estamos en contacto, entonces —se despidió la mujer poniéndose en pie y alejándose.


—No me lo puedo creer —le dijo Juliana a Paula al oído una vez a solas.


—Yo tampoco, pero no sé qué vamos a hacer para convencer a Pedro.


—Bueno, tú te vas a acostar con él esta noche… —le recordó Juliana.


Paula se quedó de piedra.


—Si sabes elegir el momento apropiado… —continuó su amiga.


Paula sintió que el pánico se apoderaba de ella.


—Ay, Dios mío.


—No podrá decirte que no.


—Y yo que creía que no lo iba a volver a ver después de esta noche… Lo último que quiero es tener que pedirle un favor. No me apetece nada necesitar su cooperación. ¿Qué puedo hacer? No se lo puedo pedir antes porque se va a creer que lo estoy chantajeando.


—Cierto —contestó Juliana.


—Y tampoco puedo pedírselo después por qué pensará que… lo estoy chantajeando.


—También cierto.


—Y no me puedo echar atrás porque no me volvería a hablar.


—Correcto.


—No me estás ayudando en absoluto. Esto es una catástrofe.


—Aquí viene el interesado —anunció Juliana.


Paula sintió una mano fuerte en el hombro.


—Suite Roosevelt —le dijo Pedro al oído haciéndole entrega de unas llaves.


Antes de que le diera tiempo de reaccionar, Pedro se había evaporado.


—¿Qué te ha dicho? —quiso saber Juliana.


—Suite Roosevelt —contestó Paula mostrándole las llaves.


—Es la mejor —sonrió Juliana.


—Mira tú qué bien… —se lamentó Paula.


—Se va —anunció Juliana.


—¿Cómo?


—Sí, se va.


Paula se giró y comprobó que, efectivamente, Pedro estaba saliendo del salón en el que se estaba celebrando la fiesta.


Juliana llamó inmediatamente a su marido y le preguntó adónde iba su hermano. Tomas les contó que una tubería se había roto y habían llamado a Pedro mientras llegaba el fontanero.




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