domingo, 24 de julio de 2016

CAPITULO 11 : (PRIMERA HISTORIA)




Lo cierto era que Paula no quería cumplir con su parte del trato. Habían pasado dos semanas desde que los obreros los habían sacado a Pedro y a ella del restaurante y no lo había vuelto a ver desde entonces.


Sin embargo, sus besos la habían dejado tensa y nerviosa. 


Durante el día, no podía dejar de pensar en él y por la noche, cuando cerraba los ojos, lo veía, oía su voz y sentía sus manos.


Cuando tenía veinte años, había visto cómo muchas de sus mejores amigas se enamoraban de tiburones sin escrúpulos que les habían pulverizado el corazón. Ella se había jurado que jamás caería en aquella trampa.


Lo cierto era que, en lugar de arrepentirse de lo que había sucedido entre Pedro y ella, los recuerdos de aquella noche la excitaban tanto que sabía que tenía que permanecer alejada de él si no quería quemarse.


Eso significaba que no podía organizar la cena con su familia y aquello quería decir que no iba a cumplir con su parte del trato. Pedro se daría cuenta tarde o temprano y se iba a enfadar. Había evitado sus llamadas telefónicas y suponía que Pedro estaría a punto de perder la paciencia.


Así debía de ser porque, cuando llegó con Juliana al café donde solían descansar después de montar en bicicleta, se lo encontró acompañando a su hermano, que había quedado allí con su esposa.


Nada más verla y en cuanto Juliana y Tomas se perdieron en el interior del café, Pedro entró a la carga y le preguntó si había hablado con su padre. Paula mintió diciéndole que no había tenido tiempo.


—Eso tiene fácil arreglo —sonrió Pedro sacándose el teléfono móvil del bolsillo—. Llama a tu casa.


—¿Ahora? —se sorprendió Paula.


—Ahora mismo.


Paula marcó el número de su casa y esperó a que Anna la pasara con su madre.


—¿Paula?


—Hola, mamá.


—¿Qué tal estás, cariño?


—Bien. ¿Y vosotros?


—Tirando. Tu padre acaba de volver de Texas.


—¿Ah, sí?


—Sí, se ha comprado un toro.


—¿Un toro? —se extrañó Paula.


—Sí, se llama Captain Fantastic.


Aquello sorprendió a Paula, pero se dijo que su padre siempre había tenido buen ojo para los negocios.


—¿Y cómo se le ha ocurrido algo así?


—Por lo visto, el semen es muy valioso.


—¿Semen?


Pedro la miró sobresaltado.


—Es un toro semental —le explicó su madre a Paula—. Bueno, supongo que no me habrás llamado para hablar del toro de tu padre. ¿Qué querías, cielo?


—Quería pasar a veros. ¿Estáis libres…?


—Esta noche —apuntó Pedro.


Paula lo miró con desprecio.


—Esta noche —insistió Pedro.


—Esta noche —cedió Paula.


—Sí, para ti siempre estamos libres, ya lo sabes.


—Quería llevar a un amigo…


—Perfecto. A tu padre le encantará tener a alguien con quien hablar de Captain Fantastic —contestó su madre refiriéndose al toro—. Espero que a tu amigo le interese la cría de toros porque tu padre está obsesionado con el tema últimamente…


Paula sonrió encantada. Le estaría bien empleado a Pedro por arrinconarla de aquella manera.


—Ya está —anunció.


—Muy bien —asintió Pedro


Paula estaba segura de que, si su padre tenía la cabeza en ponerse a criar toros, no estaría ni mínimamente interesado en hacer negocios de telecomunicaciones con Pedro. Eso significaba que, en cuanto terminara la reforma del Quayside, lo perdería de vista.


Pedro le abrió la puerta y Paula sonrió y entró.


—¿De qué te ríes? —le preguntó él.


—De nada —contestó Paula entrando en el café.


—¿De qué hablabas con tu madre? —quiso saber Pedro mientras avanzaban hacia la mesa en la que los esperaban Juliana y Tomas.


—De cosas de mujeres —contestó Paula.


—¿De semen?


—Sí, mi madre y yo nos pasamos la vida hablando de semen —contestó Paula—. ¿De qué hablas tú con tu padre?


—Del índice Nasdaq.


—Pedro, deberías tener más vida.


—Paula, tengo la vida que quiero.


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