viernes, 9 de septiembre de 2016
CAPITULO 13: (SEXTA HISTORIA)
Un ruido la despertó antes del amanecer. Pau se incorporó sobre un codo y miró a su alrededor. Era Boyo, olisqueando el suelo.
—¿Tienes hambre? —le preguntó, y agarró la chaqueta antes de salir del saco.
Tiritando, se puso la chaqueta y después sacó la comida de Boyo y la avena para Chocolate. Mientras los animales comían, ella se tomó un paquete de galletas de cacahuete y bebió un poco de agua.
Al cabo de media hora, Pau tenía todo recogido, y continuaba el viaje siguiendo a Boyo.
Al mediodía, hizo una parada corta para descansar un poco, y en menos de una hora estaba en ruta otra vez. Durante la primera parte del recorrido, subieron río arriba. A partir de la tarde, el camino comenzó a llanear.
A media tarde, se detuvieron otra vez y Pau agradeció bajar del caballo. Tenía los músculos doloridos de haber montado tanto rato.
Después de alimentar a los animales, Pau se fijó en que Boyo empezaba a deambular por la zona. «No irá muy lejos», pensó ella, y se dirigió hacia unos arbustos para hacer sus necesidades. Después, se acercó al riachuelo para lavarse.
Tropezó con la raíz de un árbol y se tambaleó. Cuando recuperó el equilibrio y levantó la vista, se detuvo en seco.
Un hombre estaba de pie, al otro lado del riachuelo. Se había cambiado el color de pelo y llevaba gafas, pero Pau lo reconoció enseguida. Jay Minnich. Llevaba un rifle en la mano y la miraba fijamente.
Incluso desde la distancia, ella notó su mirada enfermiza. Dio dos pasos atrás. Él dio tres pasos hacia delante, y se llevó el rifle al hombro.
Pau se quedó paralizada y sintió que el nudo que se le había formado en la garganta le impedía gritar. Tampoco sabía por quién habría gritado.
O sí.
Por Pedro. ¿Dónde estaba?
Sin apenas respirar, Pau dio otro paso atrás. Al ver que él llevaba el dedo hasta el gatillo, ella cerró los ojos y esperó el impacto de la bala contra su cuerpo.
En ese momento, otro cuerpo chocó contra ella y la tiró al suelo. Abrió los ojos y oyó el sonido de una bala sobrevolando sus cabezas.
Pedro. Pau podría haber gritado aliviada, pero se fijó en que Pedro tenía el brazo estirado y la pistola en la mano.
Disparó, y gritó a Boyo para que se quedara a su lado.
Después, se levantó y corrió hacia el agua. Se detuvo en medio del riachuelo y llamó a Boyo. El perro se metió en el agua y cruzó a la otra orilla con Pedro. Pau lo vio hablar y gesticular hacia el perro. Boyo olisqueó el suelo durante unos minutos y se detuvo, mirando hacia delante.
Pau supo que Boyo había captado el rastro de aquel hombre.
—Se ha ido —dijo Pedro, cuando regresó a su lado y le dio la mano para ayudarla a ponerse en pie—. ¿Qué diablos crees que estás haciendo aquí? —no le dio tiempo a contestar—. ¿Estás intentando que te maten?
Pau se humedeció los labios. Estaba casi tan asustada de él como había estado de Minnich.
—Intentaba alcanzarte.
—Sí, bueno, menos mal que Boyo me ha encontrado —exhaló con fuerza—. Si no… —se estremeció al pensar en las consecuencias.
—No voy a decirte que lo siento —dijo ella en tono desafiante—. Me refiero a haberte seguido.
Él suspiró.
—No esperaba que lo hicieras —se volvió—. Vamos.
—¿Adónde?
—A mi campamento, por supuesto, antes de que oscurezca del todo —la miró arqueando una ceja—. ¿O es que prefieres pasar la noche aquí?
—No —negó con la cabeza y lo siguió.
Como Pau no había desempaquetado nada más que la comida de los animales, no tardó demasiado en reunir sus cosas.
El campamento de Pedro estaba muy cerca de donde ella se había detenido. Pedro había encendido una hoguera y había montado una tienda de campaña.
—Una casa lejos de casa —dijo ella, al ver que también había colocado un tronco junto al fuego.
—Sí —contestó él en tono sarcástico—. Solo que no estamos de vacaciones. No deberías estar aquí.
—Pero estoy, así que asúmelo —contestó ella—. Y te dije que vendría. No puedes decir que no te lo advertí.
—Está bien, olvidémoslo. Estás aquí, y ya está —se volvió hacia el fuego—. ¿Te apetece un café?
—Oh, sí —suspiró ella—. Me encantaría. Pero tengo que lavarme antes de que oscurezca.
—Prepararé el café, y la cena, para cuando regreses.
—Gracias —se dirigió hacia el riachuelo.
Después de dos días de viaje se sentía tan incómoda que decidió desnudarse y lavarse entera. Congelada, pero limpia, se secó y se vistió deprisa. Después, regresó junto al fuego para calentarse. Pedro no estaba por ningún lado.
—Ah, ya estás aquí —dijo Pedro, agachando la cabeza para salir de la tienda—. ¿Tienes hambre?
—Mucha —admitió Pau, al notar cómo le rugía el estómago—. ¿En qué puedo ayudarte?
—En nada —contestó él, y se acercó al fuego para remover el contenido de la olla que había sobre una roca—. Todo está bajo control.
—Ya lo veo —Pau miró a su alrededor—. ¿Cómo lo has preparado todo tan rápido?
—Ya había empezado cuando Boyo apareció en el campamento, agarró mi camisa con los dientes y tiró de mí para que lo siguiera. De algún modo, supe que tenía que buscarte —sonrió.
—Hmm —murmuró Pau, y se fijó en la sensación que le provocaba su sonrisa.
—¿Qué te parece una sopa para cenar?
—¿Qué? —Pau pestañeó para volver a la realidad—. Ah, sopa, sí, suena bien. ¿Qué clase de sopa?
—De verduras. Hawk me la dio. Es de la deshidratada, pero está buena. La he tomado en otras cacerías. No debería tardar mucho en calentarse.
—¿Dijiste algo de un café? —le recordó ella.
—Sí, queda un poco en el termo. Sírvete.
Pau se humedeció los labios y se fijó en cómo la miraba Pedro.
—Gracias —contestó con voz temblorosa.
Él permaneció mirándola a los ojos un instante, después se acercó a las alforjas y sacó el termo, al darse cuenta de que ella no sabía dónde estaba. Sirvió un poco de café en una taza de metal y dejó la taza sobre la roca, cerca del fuego.
—Solo tardará un minuto.
El sonido de su voz hizo que Pau se sintiera un poco menos vulnerable. Al parecer, no era la única afectada por la situación de proximidad.
El sol ya se había ocultado cuando empezaron a comer la sopa con trozos de pan duro. De postre, Pau sacó las chocolatinas y contó cuatro para cada uno. Pedro la miró asombrado.
A medida que avanzaba la noche, la tensión en el ambiente era cada vez mayor.
—Queda un poco de café. ¿Te apetece? —le preguntó Pedro, mirándola por encima del borde de la taza.
—Sí, por favor —contestó ella, agradecida de tener una excusa para retrasar el momento de acostarse—. ¿Qué pasa con Minnich? —preguntó ella—. ¿Crees que habrá cruzado el río pensando en que nosotros haríamos lo mismo? —antes de que él contestara, continuó—: Creo que sabe que estamos buscándolo. ¿Tú qué opinas?
Pedro le dio el café antes de contestar.
—Creo que tienes razón.
Pau bebió un sorbo y dijo:
—Entonces, ¿cómo hemos de proceder? ¿Cruzaremos el riachuelo?
—No. Eso es lo que él creerá que haremos. Descubriremos si él ha cruzado o no —dijo con seguridad.
—¿Cómo?
—Boyo conoce su rastro. Si ha cruzado el río, el perro encontrará el camino. Si no lo ha cruzado, continuará a lo largo, porque él sabe que necesitará agua.
—Por supuesto —contestó Pau, sintiéndose idiota. Ella había visto que el perro olisqueaba el rastro del asesino. La única excusa que tenía era que estaba tan nerviosa, que no podía pensar con claridad. Se tomó el café despacio, tratando de alargar lo inevitable todo lo posible.
Pedro se puso en pie.
—Se está haciendo tarde —dijo él, y se desperezó.
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