viernes, 9 de septiembre de 2016
CAPITULO 12: (SEXTA HISTORIA)
El día sería largo. A pesar del sol, en las zonas altas el aire era frío. Hacía un día precioso para montar, pero Pau no estaba montando por placer. Iba en busca de dos hombres.
Con un poco de suerte, encontraría a Pedro primero. Pau seguía enfadada, pero también ansiosa y un poco asustada.
Había recorrido selvas, sabanas y todo tipo de montañas.
Aun así, nunca había sentido la emoción que sentían su padre y sus amigos cuando iban de cacería. Pero aquella cacería era diferente. Nunca había salido sola. Y que no debía salir sola era lo primero que su padre le había enseñado.
Boyo iba siguiendo el rastro cerca de un riachuelo. Tenía sentido, Pedro y Minnich necesitarían agua.
Puesto que había desayunado bien, Pau continuó hasta media tarde. Entonces, agradeció bajar del caballo y estirar un poco las piernas. Después de acariciar a Chocolate, le dejó un puñado de avena sobre la hierba. También acarició a Boyo y le dio un poco del pienso que Hawk le había preparado.
Más tarde, abrió la mochila, que había dejado en el suelo, sacó una toalla y se dirigió hacia el riachuelo.
La corriente formaba una espuma blanca alrededor de las rocas. Agarrándose a la rama de un árbol, se arrodilló en la orilla.
El agua estaba tan fría como la nieve deshelada. Pau se lavó las manos, se enjuagó la boca y se lavó la cara. Se secó y regresó junto a los animales, al lugar en el que improvisaría un campamento para pasar la noche. El sol estaba cada vez más bajo y ella tenía cosas que hacer antes de que se ocultara del todo.
Recogió algunas piedras y las colocó en círculo, apiló unos palitos, partió unas astillas y les prendió fuego. Después, colocó un tronco seco que había encontrado sobre las llamas.
El rugido de su estómago le recordó que era hora de cenar.
Abrió las alforjas para ver lo que Hawk le había preparado y encontró dos botellas de agua, galletas de cacahuete, dos manzanas, un trozo de queso y otro de jamón ahumado.
«No está mal», pensó Pau, y sonrió. De hecho, todo era muy nutritivo y apetecible. Acercó un tronco al fuego y se sentó para comer.
Puesto que no sabía cuánto tiempo duraría la comida, ni la cacería, Pau comió con mesura y disfrutó de cada bocado. De postre, se tomó tres chocolatinas de las que había llevado.
Puesto que el sol se estaba ocultando, preparó el saco de dormir cerca del fuego. Cuando oscureciera, bajaría la temperatura, así que decidió ponerse la chaqueta.
Abrazándose a sí misma, experimentó un fuerte sentimiento de soledad. Y también, un sentimiento de añoranza. Echaba de menos a Pedro. Y su beso.
«Maldita sea». ¿Cómo un beso podía haberla afectado tanto? Quizá porque había sido mucho más que un beso. El beso de Pedro era todo, el sol, la luna, el universo.
El ruido de las criaturas nocturnas interrumpió sus pensamientos, y Pau se percató de que había oscurecido del todo. Debía dormir para recuperar energía. Se quitó las botas y la chaqueta y se metió en el saco, vestida. Boyo se tumbó a su lado.
Pero no consiguió conciliar el sueño. Permaneció despierta durante horas, contemplando cómo se apagaban las llamas de la hoguera, mientras otras llamas se prendían en su interior. Eran las llamas provocadas por el recuerdo de Pedro, y de su beso. Se quejó y cerró los ojos con fuerza.
A pesar de que, por fin, el sueño se apoderó de ella, podía sentir los labios de Pedro sobre su boca.
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