sábado, 13 de agosto de 2016
CAPITULO 8: (TERCERA HISTORIA)
Paula se vino abajo como si le hubiera dado una bofetada, pero se recompuso enseguida.
—Eres tú quien abandona. Eso significa que estás rompiendo nuestro trato. No yo.
Estaba demasiado desconcertado por su propia exhibición de debilidad. Tenía que salir de allí antes de hacer algo realmente estúpido, como rogarle que lo perdonara. Era lo único que podía hacer: reconocerse a sí mismo que estaba actuando como un auténtico cerdo. Otra cosa muy distinta era que lo admitiera delante de alguien más. Mucho menos delante de ella.
Lo agarró del brazo en el momento en que alcanzaba la puerta.
—Tiene que haber otro modo. Me lo prometiste —su tono era de ruego, pero lo que había en sus ojos fue lo que realmente lo alcanzó.
«¿Y qué pasa con las promesas que tú me hiciste?», deseó preguntar.
La promesa de amarlo. De mimarlo. De vivir con él. De hacerse vieja con él.
Pero en lugar de eso, la miró de arriba abajo y dijo:
—Eso era cuando pensaba que podías valer cincuenta mil dólares. He cambiado de idea.
La imagen de su rostro conmocionado, de las lágrimas que inundaban sus ojos, permaneció con él todo el camino de vuelta a su casa. Se temía que siguiera con él mucho más tiempo. Porque ya en casa, tumbado en el sofá de cuero, mirando sin prestar atención lo que ponían en la ESPN2, sólo podía pensar en Paula.
Estaba angustiado por cómo había sido volverla a besar.
Entre sus brazos no le había parecido una tramposa. La había sentido como la chica que un día había amado.
¿Qué pasaba si se estaba equivocando con ella? ¿Qué pasaba si no era tan culpable de lo que había sucedido hacía tantos años? Aún peor, ¿y si no era la manipuladora niña rica que había pensado que era?
Ver su casa y cómo vivía hacían que esa posibilidad fuera completamente plausible. Sabía lo desesperada que era su situación económica. Antes de poner un pie en su casa había investigado sus finanzas. Había averiguado que vivía en esa casucha en ese barrio porque no se podía permitir otra cosa. Aun así él había actuado como un imbécil.
Desde que ella había reaparecido en su vida, había estado haciendo todo lo posible para sacarla de ella. Había sido insultante y grosero y ella seguía volviendo a por más.
Aquello tenía que terminar. No podía seguir así mucho más tiempo. Era demasiado vulnerable a ella. Ya era bastante problema si todo lo que quería era acostarse con ella. Pero ésa era sólo la punta del iceberg. Quería protegerla.
Apartarla de la vida hortera que llevaba. Sacarla de su barrio lleno de criminales y llevarla a una impoluta casa en las afueras.
Tenía que sacarla de su vida definitivamente. Y si costaba firmar un cheque de cincuenta mil dólares, lo firmaría. No podía arriesgarse a que volviera a pedirle el dinero. Sólo Dios sabía lo que haría la siguiente vez.
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