sábado, 20 de agosto de 2016

CAPITULO 5: (CUARTA HISTORIA)




Vestida y dispuesta, Paula esperaba en la terraza de su apartamento con vistas al mar. Miró de nuevo su reloj. Pedro se había retrasado ya dos minutos. Típico machista. A los hombres como él les encantaba hacer esperar a las mujeres. 


Y esperaban que las mujeres suspiraran de deleite cuando al fin se presentaban ante su puerta con un impresionante ramo de flores o una carísima botella de vino. Como si fuera eso todo lo que necesitaran para llevárselas a la cama.


No, gracias. Ella no era de las que suspiraban, ni de las que se acostaban con nadie fácilmente. De hecho, teniendo en cuenta que hasta la fecha no se había acostado con hombre alguno, no iba a empezar a hacerlo ahora con Pedro Alfonso. Probablemente pensaría que las vírgenes de veintiocho años no existían, pero ella era la prueba viviente. 


Si su mujeriego padre no la hubiera vacunado contra aquel tipo de intimidades, lo habrían conseguido los relatos y fanfarronadas que durante años había venido oyendo de sus equipos de construcción, mayoritariamente masculinos.


Por cierto que Pedro, hasta el momento, estaba consiguiendo bastante más de lo que se merecía. Estaba más que acostumbrado a que las mujeres se desvivieran por sus atenciones, y allí estaba ella, siguiendo órdenes suyas como un cachorrito bien amaestrado.


La llamada a la puerta la sacó de sus reflexiones.


Maldiciendo los nervios que le cerraban el estómago, se alisó su vestido azul brillante. Se había llevado varios vestidos en aquel viaje, ciertamente no con la esperanza de salir con nadie, sino porque sabía que a Victor Lawson le gustaba dar fiestas en su casa de Star Island, a las que supuestamente ella tendría que asistir. Pero el que se había puesto aquella noche no era nada sofisticado. Era un sencillo vestido corto de lana, entallado. Atravesó el apartamento y abrió la puerta antes de que pudiera cambiar de idea. La manera en que Pedro contuvo la respiración nada más verla le provocó un estremecimiento. 


¿Pedro Alfonso impresionado por una mujer? Interesante.


—Estás increíble.


—Pareces sorprendido —se echó a reír—. Tú mismo me dijiste que me dejara mi cinturón de herramientas, ¿no?


No quería sentirse afectada por el calor de su mirada mientras viajaba por todo su cuerpo: desde las uñas recién pintadas de rosa de sus pies hasta el redondo escote de su vestido, pasando por sus piernas desnudas.


—Es que no esperaba… esto —alzó por fin sus cálidos ojos color chocolate.


—Es solo un vestido normal y corriente —Paula se dijo que tenía que aligerar la tensión del ambiente—. Seguro que habrás visto a mujeres con ropa mucho más sofisticada.


—Sí, es verdad. Pero ninguna que sacara tanta belleza de lo más sencillo.


—Si quieres que vuelva a ponerme la camiseta y los téjanos, puedo hacerlo. Pero entonces tendré que ponerme también el casco de obra y el cinturón de herramientas.


La sonrisa satisfecha que Paula había llegado a conocer tan bien iluminó su rostro.


—Aunque tengo que admitir que también estás increíble con tu atuendo de trabajo… prefiero con mucho esta imagen tuya tan sexy.


«Oh, vaya», exclamó para sus adentros. A ese paso, iba a ponerse a suspirar. ¿Sexy? Ahora entendía por qué las mujeres caían tan fácilmente en su trampa.


—¿Nos vamos ya? Habrás reservado mesa, ¿verdad?


Pedro alzó entonces una mano para apartarle un rizo cobrizo de la cara y recogérselo detrás de la oreja. Paula no quería reaccionar a su contacto, pero al parecer su cuerpo no podía evitarlo. Sentía un cosquilleo allí donde él posaba su mirada, como si la hubiera acariciado con sus manos grandes y fuertes.


Antes de que la situación se tornara todavía más incómoda, le hizo salir y se dirigió al ascensor. Una vez dentro, Pedro pulsó el botón del vestíbulo y se volvió hacia ella.


—Tengo que reconocer que ese vestido me ha hecho perder el hilo de mis pensamientos… Es como una segunda piel.


—¿Esperabas que te recibiera en cueros, ataviada únicamente con mi martillo?


Cerró los ojos.


—Espera un momento. Estoy teniendo una fantasía…


Paula no pudo evitarlo y se echó a reír.


—Eres patético.


—Culpable —Pedro se encogió de hombros—. Ahora en serio, te debo una cena por haberte solidarizado con mi hermana.


—¿Así que solamente se trataba de eso? —sonrió, sorprendida.


Se abrieron las puertas del ascensor y Pedro la guió delicadamente del codo para salir.


—Eso y que necesito tu ayuda para planificar esa fiesta de chicas.


—Podrías haberte limitado a darme la lista de tareas que te envió Karen. No tenías necesidad de emplear una de tus tardes libres conmigo.


Esa vez fue Pedro quien se echó a reír. Inmediatamente le hizo detenerse y la obligó a que lo mirara.


—¿Qué es lo que te hace tanta gracia? —le preguntó ella.


—No imaginaba que fueras tan cobarde.


Le entraron ganas de borrar aquella sonrisa engreída de su rostro… aunque en el fondo sabía que tenía razón. Era una cobarde en muchos aspectos, y Pedro no se imaginaba cuántos.


—Llámame cobarde si quieres, pero ambos sabemos que estás tan acostumbrado a salirte siempre con la tuya que te has inventado esa excusa para salir conmigo. Sé que tu empresa tiene una reputación impecable, pero traspasar la línea y entrar en un terreno personal sería un grave error para los dos.


—Sabes tan bien como yo que estás malgastando tu aliento. Puedes negarlo todo lo que quieras pero, si la ignoramos, esta recíproca atracción solo nos causará una tensión sexual cada vez mayor durante el desarrollo del proyecto.


Paula cruzó los brazos y alzó la barbilla, negándose a entrar en una discusión personal en pleno vestíbulo. Liberándose de su mano, salió al portal del edificio.


—Yo no estoy negando nada —continuó caminando—. Solamente constato el hecho de que este proyecto es mi prioridad número uno. No tengo tiempo para esas cosas, Pedro.


Alcanzándola, cerró las manos sobre sus hombros desnudos y la miró directamente a los ojos.


—También para mí es una prioridad este proyecto, pero no pienso dejar que me consuma mi tiempo libre. Y lo que nosotros… sí, nosotros hagamos juntos en nuestro tiempo libre no tiene nada que ver con nuestra relación profesional.


Paula sabía que aquélla era una discusión que no podía ganar, pero… una vez que Pedro descubriera que carecía de experiencia, ¿acaso no perdería todo interés por ella?


La llevó a su lujoso deportivo, un Bugatti. Paula se instaló en el cómodo asiento de piel mientras él se sentaba al volante. Al ver que no arrancaba inmediatamente, se volvió para mirarlo.


—¿Qué pasa? —preguntó.


—Eso va a ser complicado —se volvió también hacia ella—. Tanto si ignoramos esta tensión sexual como si no.


Paula no supo qué responder. Aquel nivel de tensión sexual era algo de lo que sabía bien poco, pero tenía la estremecedora sensación de que iba a averiguarlo más pronto que tarde. Suspirando, Pedro alzó una mano y le retiró suavemente la melena del hombro desnudo.


—Yo estoy preparado para el desafío. ¿Y tú?


—¿Tengo elección?


Le acarició la mejilla con un dedo.


—No más que yo —y se volvió por fin para arrancar el coche.






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