martes, 9 de agosto de 2016

CAPITULO 28: (SEGUNDA HISTORIA)





La fiesta de cumpleaños de Raquel no fue lo que Paula esperaba. Estaba sentada bajo una enorme sombrilla en la playa de Fort DeSoto, mirando la costa del golfo de México con su suegra, la mejor amiga de su suegra, Larissa, y su hija, Serena. Los hijos de Larissa jugaban al fútbol en la arena con Pedro, Valentin y Agustin.


Raquel la miraba con expresión soñadora.


—Creo que haces feliz a mi hijo, Paula.


Ella apartó la mirada, nerviosa. Sabía que no lo hacía feliz, pero no podía explicarle la verdadera situación a aquella mujer tan confiada.


—Nuestra relación es… muy compleja.


—El amor siempre lo es.


Paula miró a Raquel asintiendo con la cabeza. Pero no estaba segura de si quería el amor de Pedro o si él era capaz de sentir esa emoción por alguien que no fuera de su familia.


Esa noche cenaron en el Museo Dalí del puerto de Bayboro. 


Para sorpresa de Raquel, una docena de amigos se apuntaron a la celebración. Y, después de cenar, el director del museo les mostró los cuadros del pintor surrealista.
Todo el mundo iba vestido para la ocasión, los hombres con esmoquin, las mujeres con vestidos de noche. 


Afortunadamente, Paula había decidido llevar algo elegante en la maleta: un vestido de encaje blanco con escote halter. 


Pero también llevaba unas sandalias con tacón de cinco centímetros que le estuvieron destrozando los pies durante toda la noche. En fin, sólo le quedaban unas semanas para lucirse. A partir de entonces, tendría que empezar a comprar vestidos premamá.


La madre de Pedro lo estaba pasando divinamente y Paula notó un nuevo brillo en sus ojos mientras la presentaba a sus amigos como el nuevo miembro de la familia. Y, sobre todo, cuando le contaba a todo el mundo que iba a ser abuela. 


Paula no sabía qué pensar.


Todo era tan extraño. Supuestamente, ella era una Alfonso ahora, cuando los Alfonso y los Chaves habían sido enemigos acérrimos.


—A mi madre le ha encantado tu regalo —le dijo Pedro al oído—. Ha sido un detalle.


—Es una de mis fotografías favoritas. Esperaba que le gustase.


Meses antes, mientras viajaba por Europa, Paula había hecho una fotografía de la Torre Eiffel desde el tercer piso de un edificio antiguo, capturando la vista desde una de las ventanas. La escena era un contraste entre lo humilde y lo opulento de la ciudad francesa, iluminada por la luz de la luna.


Se sentía orgullosa de esa fotografía y había esperado que a Raquel le gustase también.


—A mi madre le encanta el arte. Pero esa fotografía será un tesoro para ella porque es preciosa y porque la has hecho tú.


Paula sonrió.


—Gracias.


En ese momento sonó el móvil de Pedro y él, haciendo un gesto de disculpa, se apartó un poco.


Cuando volvió a su lado, estaba muy serio.


—¿Cómo estás?


—Bien, bien —contestó ella, un poco confusa—. Es una fiesta muy bonita…


—Ha habido otro problema en uno de tus hoteles. Deberíamos volver a Los Ángeles mañana a primera hora.


Paula lo miró, alarmada. Habían planeado quedarse en Florida todo el fin de semana y volver a casa el lunes. 


Raquel decía que no veía nunca a sus hijos y era una queja que Paula podía entender.


—¿Qué clase de problema?


—Alguien entró anoche en tu despacho.


Paula cerró los ojos un momento y asintió con la cabeza. La traición de uno de sus empleados, uno de los empleados de su padre, se le clavaba en el corazón como un puñal.


—Eso significa que nuestro plan ha funcionado.





No hay comentarios:

Publicar un comentario