martes, 30 de agosto de 2016

CAPITULO 11: (QUINTA HISTORIA)




Lo había dicho como referencia burlona a su comentario sobre creerse la historia de cómo The Palisades había acabado integrándose en su contrato matrimonial. Después de que la puerta se cerrara a su espalda, guardó los restos de la cena, e intentó ponerse en contacto con Alex, Sara y Rafael, el hermano de Alex, y también con la suite del Melbourne Carlisle Grande, donde Alex y ella deberían haber pasado la noche; solo obtuvo respuesta de su madre, que le prometió telefonear a Alex. Una vez hecho eso, no le quedó nada que hacer excepto pensar.


Y sus pensamientos eran un torbellino centrado en Pedro Alfonso.


Analizó si confiaba en él. En el tema del transporte, sí. Era una historia que podía comprobar fácilmente llamando a recepción o a la empresa dueña del helicóptero.


En un sentido más amplio, no. Aunque tenía que concederle que no se había aprovechado cuando la tuvo tan cerca de su cuerpo. Podría haberla besado. Podría haber insistido en quedarse y en pedirle detalles íntimos de lo que habían hecho ese fin de semana. Pero se había ido sin oponer mayor resistencia y eso la intrigaba y le provocaba suspicacia.


¿Qué intenciones tenía?


De pie junto a la enorme ventana, mirando la oscuridad, Paula se estremeció con una mezcla de frío y aprensión. No podía dejar de dar vueltas al hecho de que hubiera aceptado poner fin a la velada sin protestar. La cena no podía haberle refrescado mucho la memoria, ni haberlo ayudado a reconstruir ese fin de semana.


Habían hablado, pero él no había pedido detalles específicos ni había preguntado qué comieron ni dónde fueron, a diferencia de lo que ella había esperado. Entendía su necesidad de saber; era uno de esos hombres que necesitaba todos los datos, que controlaba su propia vida y que no se rendía nunca.


Esos días perdidos debían ser como una llaga en su psique.


 Había temido que él no cejara; que tras atraerla hacia el tentador calor de su cuerpo insistiera en pedirle detalles sobre cómo se había desarrollado su aventura.


Los íntimos recuerdos le cosquillearon la piel; se acercó más a la ventana y apoyó la mejilla en el frío cristal. Se preguntó por qué no había insistido más, por qué la había dejado sin aprovecharse de la situación.


Tal vez esa noche solo había sido un principio. Quizá se despertaría por la mañana y se lo encontraría en la puerta, esa vez con el desayuno. Su plan podía ser aprovechar el aislamiento, su inquietud y su compasión para ir derrumbando sus defensas hasta que cada uno de sus sentimientos secretos saliera de su escondrijo.


Había dejado de llover y el intenso silencio casi daba miedo. 


El aislamiento y quietud del lugar la asaltaron, igual que los ladrones habían asaltado a Pedro. Si hubiera llamado a la puerta en ese momento, la habría encontrado expuesta y vulnerable a cualquier cosa que aliviara la sensación de soledad que la atenazaba.


Pensamientos peligrosos.


Se apartó de la ventana. Era lo bastante honesta como para reconocer ese peligro, en sí misma y en su respuesta ante Pedro. Tenía la capacidad de hacerle sentir una curiosa mezcla de fuerza y debilidad, de seguridad e inseguridad, de saber lo que deseaba y temer sus implicaciones.


Tenía que marcharse. Regresar junto a Alex y al santuario de un futuro que satisfaría todas sus necesidades. Se iría al día siguiente si, Dios lo quisiera, había dejado de llover.


«¿Tienes tanta necesidad de huir como para subir a ese barco que te ha ofrecido Gabrielle?»


Pensó en todo lo que había arriesgado yendo allí ese día. 


Había fallado a Alex, a su madre, a todo lo realmente importante.


Sí, se arriesgaría al viaje en barco. Incluso remaría hasta su casa en una canoa si hacía falta. Solo era un barco, un corto viaje para cruzar la bahía. Eso no la mataría.





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