sábado, 10 de septiembre de 2016
CAPITULO 16: (SEXTA HISTORIA)
Tal y como había hecho durante las dos últimas noches que había pasado en casa de Hawk, Pedro permaneció despierto mucho rato después de que Paula se quedara dormida. Al respirar, inhalaba el delicioso aroma que desprendía su cabello. Era un aroma intenso, femenino. Le habría encantado probarlo.
Respiró hondo para tratar de calmarse, pero lo único que consiguió fue excitarse aún más.
Se dejó llevar por la fantasía de sentir la suave y delicada piel del cuerpo de Paula bajo sus manos. Deseaba acariciarla, besarla, estrecharla contra su cuerpo.
Anhelaba estar dentro de ella, convertirse en parte de su ser.
El deseo era tan fuerte que tuvo que apretar los labios para contener el gemido que se formaba en su garganta.
«Maldita sea», pensó. Necesitaba alejarse de ella, aunque solo fueran unos minutos. Necesitaba salir de la tienda y tomar aire fresco. Quizá, el frío de la noche calmara su cuerpo sobrecalentado, y sus ardientes pensamientos.
Con cuidado, salió del saco, abrió la cremallera de la tienda y, tras acallar a Boyo, salió a la oscuridad.
El aire de la noche no era lo bastante frío. Lo que necesitaba era una ducha de agua helada. El riachuelo. Sin pensárselo dos veces, sacó una toalla de una de las alforjas y se acercó al agua. No se había alejado demasiado cuando Boyo apareció a su lado.
—Deberías haberte quedado con Paula —murmuró Pedro—. Yo sé cuidar de mí mismo.
Como si hubiera comprendido sus palabras, el perro aminoró el paso y lo miró.
—Estaré bien —dijo Pedro—. Regresa a la tienda y asegúrate de que ella esté a salvo.
Tras dudar un instante, el perro regresó por el mismo camino.
Pedro continuó hasta el río. El agua no estaba fría, sino helada. Se quitó la ropa interior y se adentró en ella, conteniendo la respiración para soportar el frío. Al cabo de un par de segundos, regresó a la orilla y se secó deprisa.
Estaba tiritando pero, al menos, ya no estaba excitado. Se vistió de nuevo y regresó a la tienda, al calor de la cama… y de la mujer que estaba durmiendo en ella.
Sin dejar de temblar, se metió en el saco y se acercó a Paula, sin tocarla, esperando a que la ropa interior lo hiciera entrar en calor y dejara de tiritar.
Despacio, agarró la linterna que tenía a un lado y la encendió un instante. Deseaba verle la cara. Sonriendo, apagó la linterna y la dejó en el suelo.
«Es muy bella», pensó, y se acercó a ella. Despierta, riéndose, seria, Paula era muy guapa. Dormida, incluso más.
Ella suspiró y él sintió su cálida respiración sobre la piel.
¿Qué tenía de especial aquella mujer para que él la deseara tanto, la admirara y sintiera la necesidad de protegerla?
Había conocido a muchas mujeres, pero con ninguna había llegado a sentir lo que sentía cuando estaba con ella.
—¿Qué me pasa contigo? —susurró Pedro, sintiendo una fuerte presión en el pecho.
La palabra «amor» apareció en su cabeza. «¿Amor? ¿Es eso lo que siento por ella?».
Pedro se quedó paralizado. Apenas la conocía, y nunca había creído en los cuentos que hablaban del amor a primera vista y de finales felices. Ni siquiera estaba seguro de creer en el amor en sí.
No, no podía estar enamorado de Paula. No podía ser. ¿O sí?
Ella murmuró algo y se acurrucó contra él. ¿Tendría frío? La ocurrencia hizo que la abrazara con fuerza contra su cuerpo.
Entonces, ella suspiró, pestañeó y lo besó en el cuello.
Pedro se quedó quieto. ¿Estaba despierta o lo estaba acariciando dormida?
—Pedro…
Su voz era suave, pero no parecía dormida.
—Estoy aquí —contestó él.
—¿Me das un beso?
Pedro sintió que todo se paralizaba en su interior. Se moría por besarla, y por hacerle el amor.
—Si es lo que quieres… —le susurró al oído.
—Sí… —murmuró ella, y levantó la cabeza para ofrecerle la boca.
Él la besó en los labios. Su boca era como el paraíso y lo hacía arder como si estuviera en el infierno.
Paula lo besó también, con tanto deseo que él sintió cómo el calor se distribuía por su cuerpo y provocaba que se excitara. Desesperado, saboreó el néctar de su boca y movió las caderas para que Paula pudiera notar su miembro erecto, y supiera lo mucho que deseaba fundir su cuerpo con el de ella.
En lugar de retirarse, como él pensaba que haría, ella lo abrazó con fuerza y, sin dejar de besarlo, presionó el vientre contra su cuerpo, excitándolo aún más, y reduciendo a cenizas su sentido común.
—Paula —dijo él.
—Sí —fue todo lo que contestó. Todo lo que necesitaba decir. El movimiento de sus caderas decía todo lo demás.
—¿Estás segura? —necesitaba saberlo antes de continuar.
Paula permaneció en silencio y se separó de él. Pedro se quedó helado, pero entró en calor inmediatamente al ver que ella se quitaba la camiseta y la tiraba al suelo, sobre las armas.
Pedro respiró hondo, deseando saborear los pezones turgentes que ella le ofrecía. Se inclinó hacia delante, y se desilusionó al ver que ella se separaba de él.
«¿Qué diablos…?», pensó. Al momento, vio que Paula se estaba quitando los pantalones. Ardiente de deseo, él se incorporó un poco y se quitó la ropa.
En el momento en que él se metió de nuevo en el saco, ella separó las piernas a modo de invitación. Pedro no estaba dispuesto a rechazarla.
Mientras se acomodaba en su entrepierna, sintiendo la suavidad de su piel, le lamió un pezón y se lo introdujo en la boca.
Ella le acarició el cuerpo; el torso, la espalda, las caderas, el vientre, el…
—Paula —dijo él con tensión en la voz. Necesitaba mucho control para contenerse, y besarla y acariciarla para que disfrutara al máximo.
Paula no mostraba nada de control.
—No esperes, Pedro —susurró contra sus labios—. Te necesito dentro de mí, ahora.
Contento, él se colocó bien e introdujo la lengua en la boca de Paula, al mismo tiempo que deslizaba su miembro en el interior de su cuerpo.
Ella respiró de manera entrecortada. Y él se detuvo un instante, temiendo haberle hecho daño. Entonces, ella lo agarró por las caderas, clavó las uñas en su piel y arqueó el cuerpo para que la poseyera con fuerza.
Pedro se volvió loco. Aferrándose a la última pizca de control, comenzó a moverse despacio. Ella gimió y comenzó a moverse más deprisa. Con cada empujón, arqueaba el cuerpo provocando que la penetrara con más fuerza, hasta que no pudo soportarlo más y llegó al orgasmo. Pedro sentía una tensión insoportable. Empujó una vez más y la acompañó en la expedición más apasionante de su vida.
Pau se tumbó a su lado, con el corazón acelerado, la respiración alterada y el cuerpo saciado.
Jamás había experimentado algo tan maravilloso. Deseaba reír y llorar al mismo tiempo.
—¿Estás bien? —le preguntó Pedro, preocupado.
—Oh, Pedro —contestó ella—. Ha sido…
—Sí, lo ha sido —murmuró él, y la besó en el lóbulo de la oreja—. Ha sido más que eso.
Ella suspiró satisfecha.
—Gracias a ti.
—¿A mí? —preguntó asombrado—. Debería darte las gracias yo a ti, Paula. Eres magnífica.
Ella se volvió y lo besó en los labios.
—¿A que sí?
Pedro se rio. Al instante, la besó de nuevo, en la mejilla, en la barbilla y en los labios.
Minutos más tarde, acurrucada contra él, y con la cabeza sobre su torso, sintiéndose segura entre sus brazos, Paula se quedó dormida. Todos los pensamientos sobre el día siguiente habían desaparecido de su mente, gracias a la tensión que habían liberado haciendo el amor.
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