domingo, 21 de agosto de 2016
CAPITULO 8: (CUARTA HISTORIA)
Desde el instante en que entraron en la suntuosa mansión de Victor en Star Island, a Pedro le entraron ganas de cubrir a Paula con su chaqueta y volver a meterla en el coche.
Cada par de ojos estaban fijos en ellos… y sabía que no lo estaban mirando precisamente a él. Los hombres la miraban descaradamente y las mujeres le lanzaban dardos invisibles.
Tenían toda la razón del mundo para estar celosas.
—Ah, dos de mis personajes favoritos —Victor se acercó inmediatamente a saludarlos—. Me alegro de que hayáis venido. Tenemos bebida, comida, compañía… Todos los ingredientes para una fantástica velada.
Pedro apoyó una mano en la cintura de Paula, en un gesto abiertamente posesivo. El motivo de que estuviera tan dispuesto a demostrar a los demás lo mucho que la deseaba era algo que se le escapaba.
—Temíamos que se nos hiciera tarde —afirmó, ganándose una mirada asesina de parte de Paula—. Y yo le dije que lo entenderías.
Victor soltó una carcajada.
—Absolutamente.
—Tienes una casa impresionante, Victor —Paula esbozó una dulce a sonrisa—. Gracias por la invitación.
El multimillonario le tomó la mano y se la llevó a los labios.
—No es necesario que me agradezcas nada, Paula.
Gracias a ti, mi nuevo hotel será el que tenga más encanto de todos. Soy yo quien debe darte las gracias.
Pedro pensó que aquel besamanos había durado demasiado. Por fin Victor asintió sonriente y le soltó la mano.
—Disculpadme, pero debo atender a los demás invitados.
En el instante en que se marchó, Paula se volvió hacia Pedro:
—Nunca más vuelvas a hacer eso.
—No quería que se hiciera una idea equivocada contigo —se defendió—. Victor es un solterón con mucho éxito entre las mujeres. Solo quería que supiera que contigo no tenía nada que hacer.
—Tú tampoco —susurró entre dientes antes de girar en redondo para dirigirse al fondo de la mansión, que comunicaba con un espléndido jardín.
Pedro le permitió que se adelantara unos pasos antes de seguirla. No pensaba montar una escena, y menos en la casa del hombre que tenía un contrato multimillonario con el estudio de arquitectura de su familia.
Continuó caminando y salió al jardín… si acaso podía llamarse así al exuberante escenario casi selvático con cascadas que abrevaban en pequeñas pozas. Vio en seguida a Paula junto a su hermano gemelo, Matias, y la prometida de éste, Tamara. Las mujeres charlaban animadas mientras Matias sonreía con un vaso en la mano. Supuso que estarían hablando de la inminente boda. Como si una fuerza magnética lo hubiera arrastrado hacia aquella mujer tan tozuda como sensual, Pedro se encontró de repente al lado de Paula, rozándole un brazo con el suyo. Aunque seguía sonriendo, notó que su cuerpo se tensaba de inmediato.
—Me alegro de verte por aquí —le dijo Matias.
—Y yo —repuso Pedro, recogiendo una botella de cerveza de la bandeja de un camarero que pasaba al lado—. Tamara, estás tan guapa como siempre. Radiante de felicidad.
Su futura cuñada sonrió al tiempo que tomaba a Matias de la cintura y se apoyaba en él.
—Tengo muchas razones para estar feliz y todas tienen que ver con este hombre.
—Precisamente les estaba preguntando dónde pensaban casarse —comentó Paula—. Me sorprende que vayan a hacerlo en casa de Matias.
—Queremos una ceremonia familiar, para la familia y amigos más íntimos —Tamara lanzó a su prometido una mirada de adoración—. La idea es celebrar la recepción y marcharnos de luna de miel en cuanto acabe. Como necesitábamos un lugar para que los familiares se quedaran a pasar la noche, nuestra casa nos pareció perfecta.
—Suena maravilloso —sonrió Paula.
Pedro estaba seguro de que, si aquella conversación sobre bodas, amores y finales felices se prolongaba durante mucho tiempo más, saldría corriendo como si lo persiguiera un enjambre de abejas.
—¿Te has pasado últimamente por las obras? —le preguntó a su hermano.
—Sí, ayer mismo.
—Los movimientos de tierra se están cumpliendo según los plazos y el resto del equipo de Paula hace dos días que ya ha llegado, así que a partir de ahora aceleraremos todavía más el ritmo.
Tamara puso los ojos en blanco.
—¿Tenemos que hablar de trabajo? —se quejó Tamara—. Disfrutemos mejor de la fiesta. Tengo hambre, Matias. Vamos a por un plato.
Matias lanzó una mirada a su hermano gemelo, como diciéndole «ya hablaremos después», y Pedro rio por lo bajo antes de beber un buen trago de cerveza.
—No pongas esa cara —le dijo Paula—. Si quieres hablar de trabajo, soy toda oídos.
—Por fin una mujer con la que me identifico de todo corazón —se burló.
—El corazón no tiene nada que ver en esto, Pedro —sonrió.
—Me alegro, porque no pienso volver a entregárselo a nadie.
—¿Has dicho volver?
Pedro maldijo para sus adentros.
—Estuve casado antes —dijo con falsa naturalidad—. No duró. Ella quiere volver conmigo, yo no. Fin de la historia.
—Un motivo más por el que somos tan diferentes. El matrimonio es algo muy importante; es precisamente por eso por lo que yo nunca me casaré. No hay hombre en el mundo que reúna las condiciones que yo exigiría en un marido.
—¿Y qué es lo que quieres en un marido?
—No es tanto lo que quiero como lo que necesito —se encogió de hombros, agarrando su diminuto bolso con las dos manos—. Lealtad, confianza, estabilidad, sinceridad. Tendría que anteponerme a mí a todo lo demás. No estoy diciendo que tuviera que mimarme y consentir todos mis caprichos, sino que se prestara atención a mis necesidades y conociera exactamente mis deseos.
Pedro pensó que, si le revelaba a él aquellos deseos, con mucho gusto se los satisfaría uno a uno. Aunque ciertamente no pretendía postularse como marido. Eso era lo último.
—No me malinterpretes —continuó ella, mirando las parejas que se perdían de la mano en los rincones del enorme jardín—. Me emociona cuando dos personas que están destinadas a estar juntas encuentran esa felicidad. Solo que eso es algo que yo no disfrutaré nunca. Créeme que no se trata de una queja.
Cuanto más la veía hablar y mirar a otra gente, más claro se daba cuenta de que estaba mintiendo. Puede que ella no fuera consciente de ello, pero mentía. Su mirada de anhelo, la dulzura de su voz mientras hablaba de sus requisitos y condiciones… Sí, Paula Chaves creía en los cuentos de hadas y un día probablemente viviría uno. Un príncipe azul aparecería por fin y le daría todo eso y más.
Pero Pedro no quería imaginarse a Paula con otro hombre.
No cuando él ni siquiera había tenido la oportunidad de explorar aquella pasión que acechaba en su alma.
—Oh, y un perro —añadió.
—¿Perdón?
Volvió sus ojos verdes hacia él.
—Tendría que tener un perro. Si le gustan los animales, sería un indicio de que es tierno y cariñoso. Por supuesto, en mi trabajo un perro no es algo muy práctico, sobre todo cuando tengo que viajar por todo el país.
—Quizá cuando encuentres a tu príncipe azul, te establecerás para siempre en un castillo y no tendrás que viajar más —Pedro no pudo evitar sonreír al ver que entrecerraba los ojos—. Así podrás tener todos los perros que quieras.
—Ya te lo dije, no pienso establecerme en ningún sitio. Y ciertamente tampoco pienso reducir mi ritmo de trabajo. Me gusta lo que hago, me gusta mi independencia.
«Mejor», pensó Pedro. Ella no estaba buscando comprometerse. Perfecto.
—Acabo de ver a un cliente —dijo de pronto—. Necesito saludarlo. Si quieres, puedes acompañarme.
—Oh, no te preocupes por mí… Ve tranquilo. Ya nos veremos luego.
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